viernes, 27 de noviembre de 2015

MADRID. CALLES CON HISTORIA. (Calle de la Abada)


Los curiosos nombres de las calles de Madrid han dado lugar a cientos de elucubraciones, algunas más acertadas que otras. Una de esas historias cuyo límite entre la ficción y la realidad es muy difícil de discernir, es la de la calle de la Abada. La placa que cuelga de esta vía, entre la plaza del Carmen y la Gran Vía, luce un imponente rinoceronte. 

Cuenta la leyenda que en el siglo XVI, durante el reinado de Felipe II, llegaron a la capital unos feriantes portugueses. Como si de un circo se tratase, los lusos se instalaron junto al monasterio de San Martín con extraños instrumentos y algo mucho más fascinante: una abada, es decir, un rinoceronte, una criatura desconocida en aquella época en España, traída de algún lejano lugar. Allí montaron su campamento los portugueses que celebraban fiestas y alborotaban con su música. Los madrileños hacían colas interminables para poder ver de cerca al fantástico animal, incluso pagando una pequeña cantidad. 

El rinoceronte enloquece

Entre todas las personas que se acercaban al animal, hubo una en concreto que trabó amistad con él. Se trataba del hijo de un hornero que comenzó a dar de comer al animal los bollos y los panes que sacaban de su establecimiento. Con el tiempo, el rinoceronte y el chico establecieron lo que podríamos llamar «una amistad» así que, a modo de presente, el joven llevó a la abada un bollo recién horneado.

Al comerlo, el animal se sorprendió de lo mucho que ardía, enloqueció y entre embestidas y sacudidas acabó con la vida del chico. 

El abad de San Martín, al enterarse de lo ocurrido, decidió echar a los portugueses ante la magnitud de la desgracia. Y estos, tal vez a mala idea, tal vez por un despiste, dejaron suelto al animal que, en su huida, acabó con la vida de 20 personas, o eso es lo que ha llegado hasta nuestros días. Muchos madrileños se echaron a las calles para intentar dar caza al rinoceronte hasta que finalmente, no se sabe si tal vez con ayuda de los portugueses, el animal murió. 

En conmemoración por el triste incidente se nombró la vía como «calle de la Abada». Existe también otra versión que dice que el rinoceronte fue en realidad un regalo al propio rey Felipe II que decidió traer a la recóndita bestia a la capital para demostrar ante sus súbditos su poder. Fuera cual fuese la historia real, la abada, que es la palabra portuguesa para llamar al rinoceronte, quedó marcada para siempre en la historia de Madrid.


La Costanilla de los Ángeles es una calle en pendiente que sube desde la calle del Arenal, cerca de la Puerta del Sol, hasta la plaza de Santo Domingo, en dirección norte.

Antes del siglo XVII se llamaba Bajada (o Subida) de los Ángeles y tomaba tal denominación por el Monasterio Real de Santa María de los Ángeles o "Convento de los Ángeles" —fundado en 1564 y desaparecido con la exclaustración— enclavado en la parte más alta de la costanilla.

Los cronistas citan entre sus ilustres vecinos al Infante Enrique de Borbón, muerto en duelocon el duque de Montpensier el 12 de marzo de 1870.

Cuenta Répide que en el solar que ocupó un antiguo palacio, entre la calle de la Priora y la de los Caños, en lo que sería el número 1 de la Costanilla, hubo en el XIX y parte del XX un "avanzado Centro Obrero". Y del lado de la plaza de Isabel II estuvo la imprenta de Ducazcal,[4] en el edificio, que fue palacio también, levantado por García de Barrionuevo y Peralta, consejero del Emperador; y que ya en tiempos del tercer Felipe habitó Pedro Manso, presidente del Consejo de Castilla.

MADRID GALDOSIANO

Gabriel de Araceli, protagonista que va creciendo a lo largo de la primera serie de los Episodios Nacionales de Galdos, enumera al grupo de "patea dores" que acompañan al "poeta" en la representación de "El sí de las niñas" el 24 de enero de 1806, en el Teatro de la Cruz. En la cuadrilla figura el librero de la Costanilla de los Ángeles.

"Cuando la representación iba a empezar, el poeta dirigió su mirada de gerifalte a los abismos del patio para ver si habían puntualmente acudido otros no menos importantes caudillos de la manifestación fraguada contra El sí de las niñas. Todos estaban en sus puestos, con puntual celo por la causa nacional. No faltaba ninguno; allí estaba el vidriero de la calle de la Sartén, uno de los más ilustres capitanes de la mosquetería; allí el vendedor de libros de la Costanilla de los Ángeles, hombre perito en las letras humanas; allí "Cuarta y Media", cuyo fuerte pulmón hizo acallar él solo a todos los admiradores de La mojigata; allí el hojalatero de las Tres Cruces, esforzado adalid, que traía bajo la ancha capa algún reluciente y ruidoso caldero para sorprender al auditorio con sinfonías no anunciadas en el programa; allí el incomparable Roque Pamplinas, barbero, veterinario y sangrador, que con los dedos en la boca, desafiaba a todos los flautistas de Grecia y Roma; allí, en fin, lo más granado y florido que jamás midió sus armas en palenques literarios. Mi poeta quedó satisfecho después de pasar revista a su ejército, y luego dirigimos todos nuestra atención al escenario, porque la comedia había empezado."

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